sábado, 29 de septiembre de 2012

3 SUELTOS 3


      Esta lisa lámina de mar:
      le da la luz y apenas una onda
      balancea mi cuerpo.

      Esta mañana con su intervalo:
      me descansa dormir con los ojos
      abiertos.

      Este instante sin rozar ni estímulo:
      tengo los labios finos por no
      besados,
      oigo ajenas músicas del suq,
      y me envuelve
      una lejanía
      de mí  con todo.

      Esta voz hermosa de muchacha
      sin deseo ni miedo
      en el jardín.

      Esta muchacha quieta en su ser
      deleitándose
      casi líquida…

      Y no por ello deja de amarte.

domingo, 23 de septiembre de 2012

2 SUELTOS


      (Detalle de un vestido de Emily Dickinson. Fotografía de Annie Leibovitz)


      Las ramas de uno de los árboles  de la plaza mantienen sus hojas en el invierno, papelillos donde no escribe ni la helada.

      Ella cuenta las hojas, las protege. En cada una marca un signo.

      Ella se sube al árbol, se oscurece y no se la distingue de la madera casi negra.

      El hombre con sus perros no la ve, ni la guapa mujer con su regalo del día de Año Nuevo hasta los tobillos.

      Lejos, bastante más allá de la ciudad, en los campos pelados, muchachos muertos que la querían esperan a febrero para despertar sin memoria.

      Y ella, en el árbol,
      después de rozar despacio, una por una, todas las hojas, cuenta las tejas de la casa cercana y va colocando
      debajo, cuidadosa, una por una, pardas y húmedas, las plumas raras y perladas de su vuelo marino.

domingo, 16 de septiembre de 2012

1 SUELTOS


      El campanario de Doncellas
      equilibrado con el cielo
      y una cornisa de las nubes
      frías…

      Dos frisos de azulejos ele_
      gantes en el muro cercano
      no olvidan
      la lentitud para cocerse
      ni esa otra lentitud
      de un arquitecto demorándose
      en los detalles.

      Un vino sosegado
      el día
      como un tapiz ni melancólico
      ni alegre,
      como un gato aquietado:

      recoge y guarda
      todo el calor y la memoria
      del silencio.

sábado, 8 de septiembre de 2012

RAVEL VI

      (Para escuchar)


      Valses nobles y sentimentales

      Modéré

      Música que escribes para él. Perdónate romper el tiempo y vuelve a los libros lunares que abríais los dos cada noche. Desde el anonimato de una partitura eléctrica, desde la obra de arte en su lengua, desde el astrolabio que señalaba a ti. Tú, como de costumbre, incauta.

      Assez lent

      Es la seducción que prefieres murmurando pliegues en vez de predecibles adulaciones, desconocer un nombre y ceder a esa embriagadora sospecha. Respondes a sus preguntas jugando. Él oculta su casa compartida.

      Modéré

      Sin embargo, sabes nombrar sus árboles, la silueta de la montaña donde pasea con sus perros. Te has trasladado a vivir en lo que ama, y en la madrugada recorres lugares de ansiosas criaturas. No te importa el veneno de sus lenguas.

      Assez Animé

      Te has desvestido sin precaución; ahora te ven todos bailar el vals de una inconsciencia entregada al deseo. Sigue dando vueltas en el fuego, arde hasta ser ceniza y que él la sople y cubra sus párpados  y ya no pueda mirar si tú, cuerpo ardiendo, no lo iluminas.

      Presque lent

      Hace calor en la brillante ciudad marina. Tú le preguntas si florecen los avellanos y le das los regalos que has cuidado, cada uno con su humedad precisa de labios y gotas de sangre. Te visita como el viajero que nunca volverá a tu vientre. Sí, curiosea muy interesado. Luego deslizas tu mano en su pecho y memorizas la diferencia de color entre su piel y la tuya.

      Assez vif

      Qué hostil la ciudad tan hermosa cuando él se ha marchado y la tarde huele a una rambla demasiado viva. Amalia, regresa a la calle que va a dar al taray del río y su molino abandonado. Regresa; que tus lágrimas te traigan como una líquida alfombra voladora y el viento, dándote en la cara, no te deje pensar en la venganza.

      Moins vif

      Aquí pronuncias la perfecta dicción de la soledad, aquí lo amas en la enloquecida ventana de La Valse. Tu padre y tu madre, fantasmas, te abrazan. Tu amiga Adriana te besa. Mudas el color de tus ojos, son azules sin hielo y no te queda nada que negarle. Baila y baila el vals que te quita el aliento y te lo da.

      Lento

      Ve a la antigua estación del tren. Mujer, respira el gozo absurdo de sentarte allí mientras esperas. Él no vendrá pero preguntas a los que bajan al andén: ¿eres tú?, ¿llevas un nombre con jota igual que eles de lamer o de llama? Él no vendrá pero sabes cómo ser inmortal en el olvido. No existe el corazón sin unas manos que lo posean. Lentamente sonríes. Él no vendrá, pero nunca se ha ido.