domingo, 25 de agosto de 2013

XVII DE LIBROS (Coloricanciones)

      Esmeralda


      A finales de marzo,
      los niños dejan sus abrigos en cualquier parte y llegan vientos húmedos, ansiosos de abrir la casa de la primavera y limpiarle las sombras del invierno.

      Crece la hierba en el dominio deshabitado de la escarcha, crece la hierba herbívora, se cree perdiz o lombriz de tierra, se cree una oveja dando brincos muy poco ovejos en los pastos.

      ¡Es tan poderoso el color de la hierba libre tan dentro del apetito de vivir, tan dentro!

      Y los niños, que antes han sido un almendro incauto cada uno, un almendro impaciente, desarropado, ahora prefieren rodar por la hierba, como se ruedan esas tontitas margaritas precoces que nadie ha cuidado.

      En mi pecho la mañana verde, el instante de vuelta de los vientos húmedos, el momento nervioso de los amados niños cuando se desabrigan, se enverdecen: esmeralda feliz, la hierba.

      Comienza todo entonces en los deseos.

sábado, 17 de agosto de 2013

DE LIBROS XVI (El libro de Zaynab)

      *

      ME REGALÓ MI AMANTE LOS VERSOS DE IBN HAZM
      para que de ellos sepa el preludio impaciente
      del acto más dichoso, el instante de muerte
      y el gozoso cansancio que sigue a ese haber muerto,
      la rosa derramada que vuelve a dar olor.

      El libro tiene el tacto de la piel depurada
      con diamante y esencias. Abro el libro al azar
      entre tanto la espera cumpla su ser nocturno.

      Exhalo amor de mí como el aliento,
      y ya no tengo paz sino aspirando el almíbar
      donde flota mi fruta, tan ácida sin ti,
      día que me regala su color y se esconde,
      agua de mar tranquila con la que siempre aplaco
      mi acalorada carne.

      ¡Cómo sabe mi amigo contentarme en secreto!

      Después le mostraré lo que ahora he aprendido
      con el dulce lenguaje
      del de Córdoba.

      *Amantes en rojo de Luis Francisco Urquizo

domingo, 11 de agosto de 2013

XV De Libros (ALICE)





      La sonrisa se esfumó de la cara de Gabriel. Una rabia sorda le crecía de nuevo en el  fondo del cerebro y el apagado fuego del deseo empezó a quemarle con furia en las venas. 
       -¿Alguien de quien estuviste enamorada? -preguntó irónicamente. 
       -Un muchacho que yo conocí -respondió ella-, que se llamaba Michael Furey. 



      Poemas para un muchacho llamado Furey




      Apreso en mis mandíbulas 
      los últimos jaguares. 
      Yo no sé 
      hablar con suavidad a los jacintos 
      o mirar con prudencia un terremoto. 

      Bailo bajo los muslos de la tierra, 
      bailo con los geriatras y los niños, 
      bailo con bordadoras que no tienen 
      hambre porque limaron 
      sus uñas en tejidos de renuncia. 

      Te buscaré, muchacho, 
      haré de ti una joya en los salones 
      de París; 
      yo seré Marlon Brando 
      y tú, un alumno 
      precisamente experto con los dedos. 

      Bailo en las averías de los coches 
      cuando la noche ruge de ginebra 
      y quedarse parado 
      es una invitación a los felinos. 

      Me alimentan los últimos jaguares 
      y parece mentira 
      que en la ciudad de obispos y de muertos 
      pueda encontrar la selva y su extravío. 

      Te buscaré, muchacho, 
      y bailaré en tus brazos abatida. 
      Me dejaré ganar por tu apetito 
      y haré que me desangro en tu inconstancia. 


      II

      Eres quien me separa del pasado, 
      de los días del Sur. 
      Eres quien me separa 
      de aquel aprendizaje de Unamuno, 
      del primer precipicio 
      para encontrarle un rostro a lo imposible. 
      Eres el desconcierto que me abruma 
      cada mañana, viva, sorteando 
      las trampas de un idioma hecho consuelo 
      cuando muy pocos saben resistirse 
      a la pereza. 

      Y tú, 
      viniendo del pasado me aligeras 
      del dudoso valor de los recuerdos; 
      viniendo del pasado 
      intranquilizas el oficio ingrato 
      de haber llegado aquí. 

      Alguna vez contemplaste mis gestos 
      y yo no adiviné 
      que me estabas mirando en el futuro, 
      y ahora 
      no acierto a recordar lo que me espera. 

      Por una vez, muchacho, 
      amo el olvido más que a un hombre sabio 
      e importante. 


      III

      (Con Luis Cernuda) 

      Los hermosos muchachos mueren pronto... 
      Si vivieran más tiempo que nosotros, 
      ¿qué harían, derrotados 
      por su propia belleza? 
      ¿Qué túmulo mediocre erigiríamos 
      para salvar los restos 
      de sus labios de sal? 

      Deben morirse pronto esos muchachos; 
      que no resistan ni una noche más, 
      tan parecidos 
      a la flor del cactus, tan parecidos 
      a la exquisita forma 
      que ofrecen las auroras boreales 
      en las noches intactas, 
      malignas de septiembre. 

      Muchachos como Mozart, 
      como petunias blancas o troyanos 
      que no conocen la mitad de un siglo 
      ni las líneas 
      de fuga 
      cuando la perspectiva 
      estiliza decepciones ocultas. 

      Deben morirse pronto 
      en nuestros brazos, besando su pelo, 
      mirándonos azules, 
      con la intensa sonrisa 
      de aquellos que nacieron brevemente 
      perfectos. 

      Deben morir, apenas un instante 
      nos hiere su belleza... Ah, ¿qué harían 
      con nuestro corazón desasistido 
      si crecieran y fueran 
      nuestros amos? 

sábado, 3 de agosto de 2013

De libros XIV ( Entra el viento de olor ciruela*...)



      Mujer con ánfora

      Sostenida
      por dos plumas
      si camina
      o regala.

      Es la arcilla
      que levanta
      del letargo
      a las aguas
      y reúne
      en un vaso
      la raíz
      del milagro.

      ¿Qué nos trae
      de la linde
      donde diosas
      antiquísimas
      se acomodan
      sobre el  pánico?

      ¿Qué  oro  trae,
      qué manzanas
      esquivando
      la certeza?

      Tú la llamas
      agraciar,
      conceder
      una luna.

      Yo la llamo
      peligrosa
      alegría.


* Poemas sobre Matisse