domingo, 29 de septiembre de 2013

XX De libros ( Alice)



      G. P. Telemann: Suite Wasserouverture

      Ouverture

      Su pausado paso,como la luz
      de invierno, se recrea en los signos
      de la escarcha. Y nada se estremece,
      nada peligra fuera de lugar:
      toma su piel el vuelo de los cisnes,
      tersa su pecho un ritmo mesurado
      y el matiz transparente de su boca
      es frío y sin embargo deseable.
      Parece que los días perdonaran
      la verde hiedra loca en su cintura.

      Sarabanda

      El solsticio del invierno distingue
      el agotado zumo del amor
      de la perversa sangre del deseo.
      Ella ya no se confunde, contempla:
      entra la luz y el imantado espejo
      insiste en reclamarla y, al segundo,
      vehemente rechaza la respuesta.
      "Es igual que jugar con los amantes".
      Alice se ríe y piensa
      que está mejor el corazón sin lluvia.

      Bourreé

      ¿A qué cede su paso la elegancia?
      ¿Qué taimada
      premonición de casas
      hechizadas?
      ¿Qué sonido se acerca
      galopando?
      ¿Qué deshielo precoz
      inunda el melancólico cariño
      de Alice posando para
      el espejo?

      Loure

      Llueve sobre el olor
      de una tierra cansada de dormir.
      "Qué extraño junio viene desnudándome",
      se dice Alice mientras sale en busca
      de los brujos nocturnos.
      "No puedo desistir de este peligro,
      la luz me ciega, invade mi silencio".
      Cansada de reinar sobre el olor
      de una infancia feliz con antifaces,
      se mira en el espejo fascinada.

      Gavotte

      Ha cruzado la luz,
      por fin, la superficie
      -el agua, la inconsciencia-
      que tanto se escondía de las armas.
      Ella nombra a los pájaros y vienen,
      les troncha el cuello, ofrece sus gotitas
      delicadas
      a aquel que la sacó de su incesante
      fruslería: amar las cosas dulces,
      odiar el sobresalto de sí misma.

      Harlequinade

      Esto no es el amor,
      ni refinado néctar, ni abanicos
      que mueven los rosales suavemente.
      Esto no rueda anillos,
      ni imberbes jovencitos asombrados,
      ni la costumbre de sorprender al viento.
      Esto desenmascara la prudencia.
      Oh, Alice,
      apúrate en comer para servirle
      de comida.

      Harlequinade II

      Ella come de pájaros, de cedros masculinos
      que nacen de otra boca, de otra cueva
      blandísima.
      Ella quiere morir
      para volverse río que lo bañe
      y argamasa fraguando en las paredes
      que habitan su insolencia,
      su sexo de la muerte despertado.
      Alice ya no es rubia ni de azulada
      tersura la nieve de su abandono.

      Menuet

      "Haz de mí
      el carboncillo grácil que tatúa
      los papeles en blanco de los vientres.
      Pasa tus uñas y araña mi espejo
      pero no me dejes con la ebriedad
      de mis manos buscándote en el aire.
      Vuélvete leopardo que me asalte,
      rata que roa el pan de mi futuro,
      pero si eres la luz que me ha alumbrado
      no te vayas de mí como la noche"

      Gigue

      Alice no escucha.
      Alice pisoteó su stradivarius,
      mato a su gato y destruyó Florencia.
      Alice vive en el limo de los pozos
      e implacable aniquila la ternura
      del corazón mojado
      de una lluvia esperanza.
      Alice lleva consigo mala suerte
      y la sordera
      del dios que visitó tanta impureza.

      Canarie 

      Donde se inicia el fuego de las brujas,
      donde las cabras pacen su excremento,
      donde el esperma del camaleón
      quema las moscas, las ramitas leves.
      Donde los archipiélagos estallan
      con raros krakatoas del deseo,
      ella erige castillos como templos,
      como tumbas de carne.Sin embargo,
      se la puede encontrar y es deseable,
      y se la puede amar aunque no sea
      Alice.

domingo, 22 de septiembre de 2013

DE LIBROS XIX ( De Conectada)

      *

      He recibido
      tu mail donde escribes:
      La pradera del peral silvestre está cubierta de amapolas y de pequeñas margaritas. Me he tumbado para tenerte, Conillet.

      Y te respondo:

      Vuelve tu rostro
      allí,
      palpa los pétalos,
      que se espanten los habitantes
      de las amapolas
      y el sí-o-es-no
      de las incautas margaritas
      te manche la cara
      con el polen;

      soy esa tierra
      como una cama perezosa
      y tibia,
      cada tallo es  un dedo mío
      jugueteando con tu pelo
      y, cada olorosa raíz,
      el perfume de mi vagina.

      Estoy esperando
      a que hundas tu rostro
      entre mis flores.

      * La imagen es de José A. G. Villarrubia. También es suya  la imagen de la portada del libro:




sábado, 14 de septiembre de 2013

XIX DE LIBROS (Entra el viento de olor ciruela)



      Máscara japonesa*

      He elegido el punzón sereno
      del ritual de la renuncia
      para mostrarte que el color
      de mi sangre
      tiene más de oculta pantera
      que de sometimiento al modo
      de sonreírte imperturbable.

      Incluso así, dos o tres gotas
      son deliciosas en el té
      que tomamos la soledad,
      tú y yo.


      * Matisse

domingo, 8 de septiembre de 2013

DE LIBROS XVIII ( Si ella nos mira)


      JULIA JACKSON POR J. MARGARET CAMERON


      La textura porosa de su tez. Quizá
      el tejido de la fotografía adquiere
      aspectos entre  un momento aún de la infancia
      y ese rasgo inicial, una altivez salvaje,
      adolescente.

      Los ojos muy claros, la sombra recogiendo
      el misterio
      que recorre la cabellera y luego vuelve
      a los labios apretados, a la distancia
      inglesa del mundo e imperceptibles torturas
      victorianas.

      ¿Qué sabemos de ella sino la seriedad
      de su belleza?

      ¿Qué heredad suya conocemos sumergiéndose
      en el Ouse?

      Ahora está a punto de ser acariciada,
      estremecerse su barbilla, recogerse
      el pelo, porque una madrugada, despacio,
      alguien le deshaga la trenza y le prometa
      una virtud,
      un sometimiento.

      Ahora, todavía arrogante, responde
      a los augurios.

      Separémosla
      de la hija suicida ni siquiera pensada.
      Escuchemos
      su gesto, su instante, su primera hermosura.
      Invitemos
      a su piel
      en el tacto
      desde la fantasmagoría de una foto
      del diecinueve
      hasta nuestra mano, que quisiera decir
      cuánto, de todo el tiempo, se adueñará
      su hija.