sábado, 18 de noviembre de 2017

De FANTASMAS Y CÁLAMOS
















      El dios desnudo lee
      mi  nombre.
      Duino, me asusta su estatura
      infantil.

      Este olor a mar de mis brazos,
      esta invisibilidad lenta,
      una tonsura del deseo
      en mi pelo sin peso;
      este desvestirse aunque cubras
      mi cintura, aunque me retengas
      en la petición de tus ojos
      abiertos atándome, atándome.

      Algo, en el instante
      de la alegría del olvido,
      separa nuestros cuerpos.

      Yo me confundo con la espera
      de la desnudez.

      Levanta lienzos la actitud
      reposada
      de la sacerdotisa.

      ¿Qué secreta fragilidad
      velan?

      ¿Qué resistencia en mí descubren
      para que ya no escape
      del amoroso golpe
      que tus palabras y las mías
      retrasaban e hinchaban
      de jadeo?

      A mi lado se yergue
      la criatura
      con su enorme sexo de bosque
      hambriento, umbrío
      como temible lanza
      prohibida para niñas.

      Y tanto huelo a mar
      que ya no me defiendo
      de esa herida.